Camiones, bocinas y una frontera bloqueada. El momento populista en Canadá
Canadá vive en estos días su momento populista, el mismo que ha esquivado durante años y que ya han experimentado, en mayor o menor medida, la mayoría de democracias occidentales. Lo que se está viviendo con las calles de Ottawa y la frontera con Estados Unidos como protagonistas y rehenes, no es la mera protesta de (algunos) camioneros, es un punto de inflexión en los procesos políticos y sociales que se han dado en el país en los últimos años. Desde que el pasado 29 de enero el llamado “Convoy de la Libertad” llegó a Ottawa, la habitual desidia de los medios internacionales por la generalmente anodina política canadiense ha ido virando hacia un interés que aumenta cada día que la situación sigue encallada. Las piezas de los medios tradicionales han tardado en advertir la magnitud de lo que estaba sucediendo, mientras que en las redes sociales la desinformación se ha impuesto entre quienes pretenden ver en todo esto una suerte de movimiento de liberación de una tiranía que solo existe en sus cabezas. Es por ello que recuperamos esta humilde newsletter para tratar de explicar cómo hemos llegado hasta aquí, casi dos semanas de protestas y una ciudad, la capital, paralizada, la frontera bloqueada, y la provincia de Ontario en estado de emergencia.
El detonante: la vacunación de los camioneros transfronterizos
El detonante, la excusa esgrimida por los organizadores, es la entrada en vigor el pasado 15 de enero de una normativa que obligaba a una cuarentena de 14 días a aquellos camioneros que cruzaran la frontera sin estar vacunados. La medida, en la práctica, suponía la obligatoriedad de vacunarse para aquellos transportistas que quisieran seguir realizando rutas transfronterizas. Este requisito, vacuna o cuarentena, no era algo nuevo, pero hasta entonces los camioneros, en tanto que trabajadores esenciales, estaban exentos. Si bien esa medida, discutible, como tantas otras, fue la chispa, decir que lo que se está viviendo estos días en Ottawa se debe a la vacunación de los camioneros sería faltar a la verdad. Ha sido solo un mcguffin para desatar una trama protagonizada por el populismo de derechas. La vacunación de los camioneros ha pasado rápidamente a un segundo plano y las reivindicaciones de los manifestantes se han centrado en el decaimiento de todas las medidas contra la covid y han pedido repetidamente la dimisión del primer ministro Justin Trudeau. Las cifras son tozudas. Por más que se empeñen en sobredimensionar su importancia, Trudeau no estaba desencaminado cuando se refirió a ellos como fringe minority (minoría marginal). La Canadian Trucker Alliance, que se desvinculó desde el principio del convoy a pesar de haber tratado de persuadir al gobierno de que no implementara la normativa, estima que entre el 85% y el 90% de los camioneros está vacunado. Son cifras que muestran bien a las claras que estamos hablando de una minoría que ha sido utilizada como ariete para empujar una agenda política. No está de más recordar que los organizadores de este llamado Convoy de la Libertad ya habían intentado en el pasado organizar protestas de este tipo. Y cuando decimos en el pasado no nos referimos a un pasado presente de pandemia. No, antes de que el coronavirus se convirtiera en el pan nuestro de cada día, ya habían llevado a cabo, a mucha menor escala, protestas similares contra las políticas medioambientales del gobierno. Y no tuvieron demasiado éxito. También en momentos previos de la pandemia, sin atraer demasiada atención. Ahora, el contexto es muy distinto. La pandemia ha dado lugar a un hartazgo (legítimo) ante unas medidas que parecían eternizarse y que, sobre todo en los últimos tiempos parecían corresponder más a inercias políticas que a la evolución epidemiológica de la pandemia. Pero también ha sido el caldo de cultivo perfecto para que muchos ciudadanos, en Canadá como en el resto del mundo, se hayan alejado del mainstream político, mediático y social. Ese desarraigo ha encontrado en las redes el ecosistema perfecto para la propagación de toda clase de desinformación y teorías de la conspiración, algunas que parecen sacadas de la más cutre película de ciencia ficción de serie B. Con todo esto, no es de extrañar que antes incluso de que el grueso de los manifestantes llegase a la capital, fuese ya evidente que la vacunación de los camioneros no era más que una coartada, el objetivo era el decaimiento de todas las medidas contra la Covid y la dimisión (en el más amable de los casos) del primer ministro Justin Trudeau.
Es justo señalar que la mayoría de los manifestantes (unos 15.000 por más que algunos se saquen de la manga cifras abracadabrantes) se manifestó de forma relativamente pacífica durante el primer fin de semana y después siguieron con sus vidas. Sí, se dieron sucesos lamentables (el baile sobre el Monumento al Soldado Desconocido, los carteles en la estatua de Terry Fox1 o los desaprensivos que intentaron llevarse comida de un comedor social) pero vista la evolución de los acontecimientos, no son más que meras anécdotas. Con el paso de los días la preocupación ha ido virando. En Ottawa, preocupa especialmente el sector más derechista fuertemente organizado y que parece no estar dispuesto a dar su brazo a torcer. Ese es ahora el principal reto para la capital ahora que la situación en el centro ha mejorado ligeramente. Como tantas veces hemos visto en la pandemia, en este grupo de manifestantes, que el periodista Andrew Coyne calificó de “antisociales, con delirios de grandeza, manía persecutoria y mucho tiempo libre”, se junta lo temible con lo grotesco. Han dado ruedas de prensa en las que solo permitían a “periodistas” afines, se han sentido con potestad de pedir a la gobernadora general que se reúna con ellos para sustituir al primer ministro e incluso han organizado delirantes ponencias “científicas”(alegría e Ivermectina fría). Han demostrado además un flagrante desconocimiento del sistema de gobierno del país y han ignorado cuestiones elementales como que algunas de las restricciones que piden eliminar son provinciales y no federales o que la existencia de una norma similar en los Estados Unidos impide también que los camioneros no vacunados crucen la frontera. Y sin embargo, todo esto no es el principal problema para Canadá ahora mismo.
LA FRONTERA, AL LÍMITE
Si bien en Ottawa se ha vivido una situación muy grave, con la carga simbólica de ver la capital sumida en semejante caos, en los últimos días la atención ha ido fijándose en la frontera con Estados Unidos. Concretamente en el Puente Ambassador, que une Windsor, Ontario con Detroit. Los manifestantes, con camiones y vehículos, están bloqueando el paso fronterizo con camiones y vehículos particulares La situación allí ha hecho que el premier de Ontario, Doug Ford declare el Estado de Emergencia en la provincia. No está claro si estas líneas pueden incluso caducar al poco de ser publicadas. Todo puede cambiar y el desenlace abrirá distintos escenarios.
El conflicto en la frontera pone de manifiesto la importancia de Estados Unidos en esta crisis. Por un lado, la administración Biden se ha mostrado dispuesta ayudar a Canadá en lo que sea necesario, algo que veladamente quiere decir que hagan el favor de solucionar sus problemas. Por otro lado, el trumpismo ha encontrado en todo esto una especie de guerra proxy contra el progresismo que encarna Trudeau. De Estados Unidos había llegado parte de la financiación que después bloqueó GoFundMe y canales como Fox News están ofreciendo una imagen positiva de sus manifestantes. De hecho, la hostilidad con la que son recibidos los periodistas canadienses se desvanece cuando se trata de reporteros del canal estadounidense. Esto no es excusa para descargar de responsabilidad a los canadienses (la tienen casi toda) pero es un ejemplo de los problemas que vienen aparejados a la vecindad con Estados Unidos.
Desde ayer, una orden judicial declara ilegal el bloqueo de la frontera y ordena a los manifestantes que se marchen. A la hora de escribir estas líneas, siguen ahí.
LA PEOR SEMANA DE JUSTIN TRUDEAU
El primer ministro Justin Trudeau lo tiene todo para estar en el centro de la ira de los manifestantes. Ha sido la imagen de la pandemia en Canadá, con una presencia mediática casi constante. Las restricciones desgastan a los gobernantes y aún más cuando estas se prolongan en el tiempo. Hay, además, algo más profundo. Trudeau, por sus trayectoria política y personal, por sus prioridades y sus maneras, encaja a la perfección en las fantasías sobre “las élites globalistas” que defienden buena parte de los manifestantes.
Y sin embargo, esto no debe servir como excusa para los errores de Trudeau en las últimas semanas. El primer ministro parece haber perdido la capacidad de leer la coyuntura política. El joven Trudeau cimentó su meteórico ascenso en esa habilidad, pero se le ve con el paso cambiado desde hace tiempo. Trudeau no sopesó los riesgos políticos de una medida, la vacunación de los camioneros transfronterizos, que afectaba a un porcentaje muy pequeño de la población y que llegaba ya en una fase terminal de la crisis del coronavirus. Su discurso encendido en contra de los manifestantes, con los que ha sido muy duro, no ha ido acompañado de acciones tangibles para que no se llegase a este punto. Pareciera que sobre el gobierno de Trudeau (y sobre todas las instituciones implicadas) ha sobrevolado en todo momento la idea de que este tipo de cosas “no pasan en Canadá”. Y claro que pasan, más aún en este convulso momento.
Los primeros sondeos al respecto señalan que la gestión de la crisis está pasando factura a Trudeau. Es cierto que se presentó a las elecciones con una postura clara al respecto de cómo hacer frente a esta fase de la pandemia. Pero a estas alturas, incluso sus partidarios empiezan a preguntarse si merece la pena mantener restricciones que hacen a todos la vida más difícil en un vano intento de convencer de que se vacunen a los que aún no lo han hecho.
Trudeau se enfrenta ahora a un dilema político. Las restricciones han empezado a decaer en muchos lugares, pero el primer ministro parece paralizado por el temor a que estos manifestantes se apunten una victoria.
FUERON A POR TRUDEAU, SE LLEVARON A O’TOOLE
Los manifestantes que acudieron a Ottawa querían mayoritariamente acabar con el gobierno de Trudeau, pero sus protestas han terminado por llevarse por delante al hasta entonces líder del Partido Conservador Erin O’Toole. Durante su breve estancia al frente de los conservadores, se han visto varias versiones de O’Toole. Ganó la nominación presentándose como un “auténtico conservador” para después en campaña electoral hacer un giro al centro no exento de titubeos. Pero la protesta de los camioneros le ponía en una situación muy complicada. Y es que el único elemento cohesionador entre las distintas facciones de la derecha canadiense es el odio a Justin Trudeau. Mientras que públicamente apoyaba (tímidamente) a los manifestantes, internamente discutía la posibilidad de pedirles que se marchasen. La estrategia del partido era otra, dejar que la situación siguiera adelante para que le pasase factura al primer ministro. En el caucus conservador le tenían ganas y acabó siendo destituido tras perder una votación de confianza por 73 votos a 45. Su final ha sido tan penoso que no se puede descartar que en realidad fuese un buen tipo
La nueva líder interina es Candice Bergen, más a la derecha (que no falten las fotos con gorra MAGA) y el principal favorito es el populista Pierre Poilievre es el favorito para ser el nuevo líder del Conservative Party. Poilievre ha afirmado estar “orgulloso de los camioneros”, se maneja bien en las redes sociales y seguramente centre sus discurso en la economía y el mantra vació de la LIBERTAD.
La estrategia Conservadora ha salido bien en tanto que Trudeau se está desgastando, pero no está tan claro que esto sirva para que los votantes se acerquen a su formación. Y es que no se puede explicar todo este embrollo sin señalar el desleal comportamiento de los Conservadores con el gobierno y, en definitiva, con Canadá. Han dado legitimidad a las protestas dificultando la labor de las instituciones. De ser el partido de la ley y el orden han pasado a ponerse de perfil ante el caos en la capital y la frontera bloqueada. Incluso ahora, que Bergen ha pedido a los manifestantes que abandonen la protesta, lo ha hecho con un discurso legitimador de lo sucedido.
Lo que está por venir
Lo que suceda en los próximos días, puede que semanas, tiene potencial para condicionar la política canadiense en los próximos años. Las protestas están resultando tremendamente polarizadoras. En The National nos mostraban ayer una pieza de interés humano en la que mostraban cómo se están rompiendo amistades. Además, ha quedado expuesta, tanto para las amenazas internas como externas, la fragilidad de la capital. Un país que quiere, entre otras cosas, mantener una posición fuerte ante China, no puede mostrarse tan fácilmente vulnerable.
La solución ahora, una vez llegados a este punto. A pesar de las críticas recibidas, algunos de los análisis más certeros han corrido a cargo del Jefe de Policía de Ottawa Peter Sloly. Fue el primero en señalar que probablemente no habría solución policial para las protestas. El tiempo le está dando la razón.
Trudeau, por el momento, dice que la solución militar queda lejos. Pocas voces aprueban su gestión y las críticas van desde quienes le piden que se siente a hablar con los “camioneros” hasta los que reclaman la contundencia mostrada por su padre en la crisis de octubre2 de 1970. Parece que tras una larga crisis sanitaria, se avecina una grave crisis política.
Terry Fox es un símbolo canadiense. A los 18 años le fue diagnosticado un cáncer que hizo que le amputaran una pierna. Con una prótesis, se planteó correr de este a oeste del país para recaudar fondos para la lucha contra el cáncer. Fox no llegó a cumplir su objetivo debido al avance del cáncer, pero se convirtió en un ídolo nacional. Falleció a los 22 años en 1981. En su honor, anualmente se celebran en todo el país carreras para recaudar fondos contra el cáncer.
En octubre de 1970 el entonces primer ministro Pierre Trudeau invocó el Acta de Medidas de Guerra después de que el Frente de Liberación de Quebec secuestrase al político Pierre Laporte y al diplomático británico James Cross.